lunes, 16 de mayo de 2011

Me caí del mundo y no sé por donde se entra

Me caí del mundo y no sé por donde se entra.
(Para mayores de 40) pero deberían leerlo todos los que sepan leer.

Eduardo Galeano, periodista y escritor uruguayo.

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.

No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.

Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.

¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó
tirar las cosas. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el pañuelo de tela del bolsillo.

¡¡¡Nooo!!! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.

¡Guardo los vasos desechables!

¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!

¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!

Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida!

¡Es más!


¡Se compraban para la vida de los que venían después!

La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta palanganas de loza.


Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de refrigerador tres veces.


El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.
El que tenga menos de 30 años no va a creer esto:
¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el que recogía la basura!!

Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)

No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan .

Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. De 'por ahí' vengo yo. Y no es que haya sido mejor.. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el 'guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo', pasarse al 'compre y bote que ya se viene el modelo nuevo'.Hay que cambiar el auto cada 3 años como máximo, porque si no, eres un arruinado. Así el coche que tenés esté en buen estado . Y hay que vivir endeudado eternamente para pagar el nuevo!!!! Pero por Dios.


Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir.. Le dábamos crédito a todo.
a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?

Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡¡Los diarios!!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para pone r en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver.. ¡¡¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!!!




Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero.. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo,pegatina en el cabello y glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la 'bruja' como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la 'bruja' me gane de mano y sea yo el entregado.

Eduardo Galeano

Todo esto después de lo oído en esta campaña, ¿nos pasara que igual vamos lentos y seamos los entregados? ¿más nos veamos en los toriles?


Gora Euzkadi askatuta

martes, 10 de mayo de 2011

Soy un demócrata, - No condeno-

Me han pasado este escrito de un intelectual español. que en estos tiempos nuevos de mucha zozobra para el personal, no viene mal el recordar.

Declaración de principios de un intelectual español.

Santiago Alba Rico - Escritor y filósofo

No condeno

al rey Fahd, honrado por el rey de España, que tala cabezas, poda manos y arranca ojos, que humilla a las mujeres y amordaza a los opositores, que se enseñorea sin periódicos, parlamento ni partidos políticos, que viola filipinas y tortura indios y egipcios, que gasta la tercera parte del presupuesto de Arabia Saudí en los 15.000 miembros de su familia y financia los movimientos más reaccionarios y violentos del planeta.

No condeno

al general Dustum, aliado de los EEUU en Afganistán, que ha ahogado en un contenedor a mil prisioneros talibán a los que había prometido la libertad y que murieron chupando las paredes de hierro de su prisión.

No condeno

a Turquía, miembro de la OTAN y candidato a la UE, que en la década de los noventa borró de la faz de la tierra 3.200 aldeas kurdas, ha dejado morir de hambre a 87 presos políticos y encarcela al que se atreve a transcribir en kurdo el nombre de sus ciudades.

No condeno

al siniestro Kissinger, el más ambicioso asesino después de Hitler, responsable de millones de muertos en Indo- china, en Timor, en Chile y en todos aquellos países cuyo nombre salió alguna vez de sus labios.

No condeno

a Sharon, hombre de paz, que dinamita casas, deporta civiles, arranca olivos, roba agua, tirotea a niños, pulveriza mujeres, tortura rehenes, quema archivos, vuela ambulancias, arrasa campos de refugiados y coquetea con la idea de «amputar el cáncer» de tres millones de palestinos para hacer más holgada la pureza de su estado «judío».

No condeno

al rey Gienendra de Nepal, educado en los EEUU, que desde el pasado mes de enero ha ejecutado sin juicio a 1.500 comunistas.

No condeno

a Jordania ni a Egipto, que apalea y encarcela a los que se manifiestan contra la ocupación israelí de Palestina.

No condeno

la Patriot Act ni el programa TIPS ni la «desaparición» de detenidos por el FBI ni la violación de la Convención de Ginebra en Guantánamo ni los tribunales militares ni la «licencia para matar» otorgada a la CIA ni el registro policial de todos los turistas que entran en EEUU procedentes de un país musulmán.

No condeno

el golpe de Estado en Venezuela ni al Gobierno español que lo apoyó ni a los periódicos que, aquí y allí, financiaron, legitimaron y aplaudieron la disolución de todas las instituciones y la persecución armada de los partisanos de la Constitución.

No condeno

a la compañía estadounidense Union Carbide, que el 2 de diciembre de 1984 asesinó a treinta mil personas en la ciudad india de Bophal.

No condeno

a la empresa petrolífera estadounidense Exxon-Mobil, acusada de secuestrar, violar, torturar y asesinar a decenas de personas que vivían en un edificio propiedad de la compañía en la provincia de Aceh (Indonesia).

No condeno

a la empresa Vivendi, que ha dejado sin agua a todos los barrios pobres de La Paz, ni a Monsanto, que deja sin semillas a los campesinos de la India y de Canadá, ni a Enron, que después de dejar sin luz a media docena de países, dejó también sin ahorros a 20.000 personas.

No condeno

a las empresas españolas (BBV, BSCH, Endesa, Telefónica, Repsol) que han vaciado las arcas de la Argentina, obligando así a los argentinos a vender su pelo a los fabricantes de pelucas y disputarse una vaca muerta para poder comer.

No condeno


a la casa Coca-Cola, que penetró en Europa a la sombra de los tanques nazis y que despide, amenaza y asesina hoy a sindicalistas en Guatemala y Colombia.

No condeno

a las grandes corporaciones farmacéuticas, que han acordado matar a veinte millones de africanos enfermos de sida.

No condeno

el ALCA, que viola y despedaza a las obreras de las maquiladoras de Ciudad de Juárez y hace nacer niños sin cerebro en la frontera de México con EEUU.

No condeno

al FMI ni a la OMC, providencia de la hambruna, la peste, la guerra, la corrupción y de toda la caballería del Apocalipsis.

No condeno

a la UE ni al gobierno de los EEUU, que ponen los acuerdos comerciales por encima de las medidas para la protección del medio ambiente y que han decidido, sin plebiscito ni elecciones, la extinción de una cuarta parte de los mamíferos de la tierra.

No condeno

las torturas a Unai Romano, joven vasco que, hace ahora un año, fue convertido en un globo tumefacto en una comisaría española, quedando hasta tal punto desfigurado que sus padres sólo lo reconocieron porque en la cara seguía teniendo el mismo lunar.

No condeno

al Gobierno español, que el pasado mes de abril estableció el estado de excepción sin consultarlo al Parlamento y suspendió durante tres días derechos básicos recogidos en nuestra Constitución (la libertad de movimiento y de expresión), con el agravante de segregación racista, al impedir que los vascos viajaran a Barcelona con ocasión de la última cumbre de la UE.

No condeno

la Ley de Extranjería, que expulsa a hombres débiles y hambrientos, los encierra en campos de detención o los priva del derecho universal a asistencia sanitaria y educación.

No condeno

el «decretazo», que precariza aún más el empleo, elimina los subsidios y deja a los trabajadores, como hojarasca, a merced del cardo de los vientos de los empresarios.

No condeno

, naturalmente, a Dios cuando llueve, relampaguea o truena ni cuando la tierra tiembla ni cuando el volcán vomita su fuego sobre los hombres.

Soy un demócrata: me importa un carajo la muerte de niños que no son españoles; me importa un carajo la persecución, silenciamiento y asesinato de periodistas y abogados que no piensan como yo; me importa un carajo la esclavitud de dos mil millones de personas que nunca podrán comprar mis libros; me importa un carajo el recorte de libertades mientras sujete yo libremente las tijeras; y me importa un carajo incluso la desaparición de un planeta en el que ya me he divertido tanto.

Soy un demócrata: condeno a ETA, a los que la apoyan y a los que guardan silencio, aunque sean mudos de nacimiento; y exijo, por tanto, que se prive de sus derechos ciudadanos a 150.000 vascos, que se les impida votar, manifestarse y reunirse, que se cierren sus tabernas, sus editoriales, sus periódicos, incluso sus guarderías; que se los meta luego en la cárcel, a ellos y a todos sus compinches (desde el joven militante anti-globalización al escritorzuelo resentido) y que, si todo esto no es suficiente para proteger la democracia, se pida la intervención humanitaria de nuestras gloriosas Fuerzas Armadas, fajadas ya en la heroica reconquista de la isla Perejil.

Soy un demócrata: he condenado a ETA.

Soy un demócrata: sólo he condenado a ETA y formo parte, por tanto, de todas las otras bandas armadas, de las más sangrientas, las más crueles, las más destructivas organizaciones terroristas del planeta.

Soy un demócrata. Soy un cabrón.